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Los chicos del colegio me dicen el indio, me gusta el apodo. Ellos no
conocían el bosque. Es la primera vez que están en un bosque verdadero.
Los llevo hacia un árbol muy alto que se llama “El paracaídas”. Subo
hasta la última rama y comienzo a deslizarme hacia afuera del tronco.
Me impulso por la rama que se va doblando a unos metros del suelo.
Entonces me descuelgo. La rama vuelve a catapultarse hacia arriba
dejando una lluvia de hojas. Y todos me festejan. “Es un indio” me
aclaman, colmando el silencio del bosque y sabiendo que ahora es el
turno de ellos. Primero va Mariano, en el colegio es el mejor jugador
de rugby y el líder más fuerte. También es rápido y alcanza la rama
ágilmente; avanza, la rama se tuerce y salta hasta el suelo. Reímos,
ahora es otro indio; ya somos dos y sólo faltan tres para la tribu.
Fernando es el que sigue. Es inteligente, flaco y muy alto. Nadie le
gana corriendo a Fernando, un día le ganó una carrera a un chico
de séptimo, pero para subir árboles es un tanto torpe. Sube vacilando,
se extiende por la rama y si no lo hubiéramos atajado en el aire habría
caído de cabeza. Lo hizo, y ahora es un indio. Los tres nos abrazamos.
El cuarto es Jorge. Jorgito sube enseguida, se hace el mono, es el más
gracioso de mis compañeros, pero cuando llega a la rama más alta no
se anima. De abajo le gritamos que no sea maricón, entonces se sienta
a horcajadas y comienza a gritar como Tarzán mientras gatea hacia el
frente. Recién cuando la rama se dobla, se balancea con los brazos y
aguanta hasta soltarse. Los cuatro festejamos, es uno de los nuestros.
Es el turno de Fabián, el más petiso de todos. El tanito está cagado en
las patas, es pelirrojo, pelo de alambre le decimos; pero es mi mejor
amigo y no quiere ser menos. Comienza a subir. Cuando llega a la
rama parece que va a desmayarse, lo veo arrastrarse hacia el exterior
del tronco con los ojos cerrados. Mariano le tira piedras, abrí los ojos
cagón, le grita. Siento frío, sé que va a pasar algo. Abrí los ojos Fabián
le grito. El tano está abrazado a la rama y de pronto se larga a llorar,
bájenme de acá nos pide balbuceando. Comienzo a subir el árbol, me
duelen todos los huesos. Sé cómo hacerlo me repito, sé cómo hacerlo,
pero los brazos me tiemblan. Siento nauseas. Al llegar a la rama estoy
sudando, tengo mucho vértigo y el cuerpo no me responde. Veo una cruz
de madera con una flor blanca al pie del tronco, y unos niños borrosos
gritando que baje. Me muevo lento y lo agarro fuerte al tano, con todas
mis fuerzas. La rama ya no soporta mi peso, los chicos me señalan
asustados. Abuelo me gritan, abuelo bajate. Yo me quedo inmóvil,
con los ojos cerrados.
Mauricio Escribano
Imagen Helene Desplechin
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Leerte esta madrugada me ha traído recuerdos de mi infancia
ResponderEliminarEra trepadora compulsiva y más de un azote me dieron x subir a los árboles...en mi caso más que paracaídas eran mis lugares secretos, mi propio universo
Ahora...los miro y admiro...
Un placer, pasar y leer