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Amor de los amores




Un amor más allá del amor
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y la compañía.

Un amor que no necesite regreso,
pero tampoco partida.
Un amor no sometido
a los fogonazos de ir y de volver,
de estar despiertos o dormidos,
de llamar o callar.

Un amor para estar juntos
o para no estarlo,
pero también para todas las posiciones intermedias.
Un amor como abrir los ojos.
Y quizás también como cerrarlos.


Roberto Juarroz



. Imagen. Marc Alhadeff



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Rite de sang

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Te doy mi sangre.
Desnudo entre las amapolas.
El feroz cumplimiento de los relojes
detenidos en una hora fantasma.
La sala de espadas vacía.
Principio del formulario. Yo quiero ver sangre.
Divisar el número de santos que irán a la guerra.
Los animales, los abuelos, las rosas.
Afuera está triste. Me fotografía la muerte.
Sangre de magnolias. Sangre de violetas.
Necesita la tierra.
Un pianista en medio de la fiebre.
La luna. Un tigre negro para que bailemos.
Para volver a mirarte entrando en la gruta.
Para volver a mirar a través de las gasas del cielo.
El roce esperable del viento no obstante mi canto
a las incitaciones.
He roto la fama del diablo y soy el peregrino.
Me duele la victoria. La atroz sinfonía de legiones.
La estafa. Ese ajenjo en mi última ventana.
El hierro del mundo en mis huesos
oxidando al ángel.
Serpentinas para el ángel de alabastro
que miró a la medusa de frente
reventando la piedra por dentro.
Sus alas sangrantes son nuevas.
Dorado es el borde de lo inexplicable.
Porque al final del inventario. La fruta.
Recorrer el contorno de la fruta. Tu cara.
Brotando de un sueño de botellas
al hundir mis dedos en el fondo
de tu cabellera. Hasta tocar la aurora
donde algo está temblando de luz.
Un lirio mordido.
Un hombre en tu cuarto de fuego
brillando como agua de oro.
Una esquina de perros cercando los pasos.
El olor de la lluvia.
Luego un siete de soles en las arboledas.
Y mi cicatriz. Como cualquier cosa
que volvió del crepúsculo.
Una cicatriz de águilas inmóviles.


Mauricio Escribano


Imagen  .  Laura Makabresku




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Lejos más te quiero





Quise tocarla en clave del mayor sol
pero ella -experta en fugas-
saltó las alambradas del pentagrama y voló.
Quise con abordaje de terciopelo
atender la sed y el hambre de su carnalidad
pero ella -atrapada en un claro de luna-
presentó la espalda y voló.
Quise afinar, poner de acuerdo tono ritmo color
pero sus cuerdas viajaban otras latitudes
y de sus vientos mejor no hablar.
Recuerdo, sí, y cómo
los truenos degolladores de la noche
que disparaba el timbal que Dios sabe
quien puso en escena;
y la sábana negra también que -siempre dije-
no presagia nada bueno.
Cierto, real y arde el “se mira y no se toca”
de la querida, así, de cara a la nada;
a cincuenta centímetros de mí,
a cien kilómetros, a un siglo de mí.
Nada más resta cruzarme de vereda
y bajo bajito ponerme a silbar.


Marcos Silber


. Imagen . Jolie Clifford

Gotán





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Agua cósmica

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Concédeme tu orilla
emerge indetenible agua de río,
tócame, cierra las heridas.

Pronuncia mi nombre
en el altar de los silencios,
profánalos.

Deslúmbrame de fuegos
hazme tu ceremonia
descorazonada y asesina.

Ovula este misterio de cayena
salívame los dedos,
ensáñate amor mío.

Mientras te llevo entre mis dientes
que destilen tus pezones
gotas de laberinto.




Mauricio Escribano




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Misterio de empedrado


No soy quien escucha
ese trote llovido que atraviesa mis venas.

No soy quien se pasa la lengua entre los labios,
al sentir que la boca se me llena de arena.

No soy quien espera,
enredado en mis nervios,
que las horas me acerquen el alivio del sueño,
ni el que está con mis manos, de yeso enloquecido,
mirando, entre mis huesos, las áridas paredes.

No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas.



Oliverio Girondo



. Imagen. Peter X. Eriksson



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