Que bien escribís nena (cometa muñeca rayuela) que locura encontrarme con una poeta de tu calibre -dan ganas de suicidarse- Decir que yo ya vengo muerto de otra parte. Y que existen coincidencias como estás: “quise decirte chau y dije hola" de nada sirve ocultar que uno está solo. Una y otra vez tus ojos que me chocan desovando lunas en mi sangre. Para que esta noche escriba “insomnio” y empiece el poema que dejaste en la punta de mi lengua. Mauricio Escribano
Te invito a olvidarme a que hurgues mis palabras con tu lengua de cuarzo hasta que mi nombre se haga polvo. A que tú ya no (y) a que aceptes mi renuncia. Te pido que no guardes nada deja que el amor se vaya por un largo pasillo de Buenos Aires. No te distraigas más conmigo que la soledad sea una plaza vacía otra noche de alzhéimer un espejo cobarde. Yo pago los tragos obsequia a otro hombre camínale descalza sus calles de adoquines. A mi déjame tu crueldad como un pisapapeles. Tu ansiedad dásela a otro. Yo adoro esta libertad ser el Sputnik que mandaste al espacio. Mauricio Escribano
No habrá tregua todas las conversaciones han cesado. El silencio no nos dará paz ni la queremos. No queremos otra cosa que enjuagarnos la sangre de las manos. Para seguir sin hablarnos pulcramente hasta que uno de los dos se muera de alguna soledad incurable. Mauricio Escribano Imagen Francesca Woodman
Te llevan esclava de la noche bailando en los talleres de la luna. Tocando corazones con la punta de los dedos. Y me pregunto al espejo, si este es el amor de cada día. Pero el amor se esconde. Es un venado huérfano en el ojo de un cuchillo. Me hubiera gustado ser otro soldadito de plomo haciendo dedo en tu cintura. Un hombre más. O mejor dicho, que seas para mí esa mujer de todos, la que han herido y se castiga. Una pobre mujer que olvidaré mañana. Y yo un extraño: Que al soltarte la trenza no le duela, las veces que así te le desnudas a cualquiera. Mauricio Escribano
A veces los pensamientos no se escuchan o si se escuchan no los comprendo como si fueran siluetas de una gran tristeza un contorno de bisontes fantasmales. A veces mi corazón es una bestia enorme que lleva sobre el lomo pájaros de niebla y no escucho ni un solo pensamiento como si hubiera explotado una palabra y anduviera sordo. Mauricio Escribano
Me dolía el pecho el trigémino y el tercer ojo cada nervio craneal las yeguas echadas al fuego y el día me dolía como un punto fijo. Me dolían los asaltantes de jardines en tu vestido de hiedra el incendio del rocío la ceguera de los acueductos una flor dentro de otra. Las huellas digitales con su tacto de remolinos melancólicos el vino que se hacía crepúsculo el crepúsculo calcinándose en mi boca mi boca me dolía sin tus senos inmóviles y mis ojos me dolían como cuevas resbalosas. Me dolía todo el aire toda el agua todo el fuego en la tierra me dolían las palabras y estos labios partidos en el mármol del invierno. Me dolían los ni siquiera la húmedad en las cenizas las trenzas de ajo triste y la música de Bach como un grito de mandrágora. Todo lo que hiciste para que doliera me dolía mientras jugabas detrás mío a cambiar mi rostro de colores. Mauricio Escribano Imagen Oxana Mazur
Supongo que el andén aún distingue tus pasos de la lluvia. Y que en sí hay una huella inundándonos la piel con el hondo resplandor de aquellos trenes. Llevo en mis hombros un reloj de azúcar un guardabarreras y un necio que aprende lecciones suicidas. Siquiera como todo lo que llega del silencio son tus ojos empañados los que vienen por los rieles. Mauricio Escribano
La luz hace foco sobre el escenario el actor tiene el rostro quemado atrás la escenografía un castillo de sueños en ruinas el público aplaude otra vez el horror ha llenado la sala.
Andabas lenta. Devorando libélulas con alevosía. Toda la distancia tu trenza serpenteando el camino. Cientos de miles de kilómetros hasta el volcán y yo te seguía. No había otro infinito. Tus pies sin refugio predicaban el fuego. Mauricio Escribano
Si el mar solo fuera esta puerta que encierra el abismo profundo. Si caminar al filo de las olas me diera la voz negra del océano. Si al darme la espalda tu espalda y la sal no fueran lo mismo. Yo te daría este mar que se quiere escapar de mi cuerpo. Hasta dejarte la luna bajo el agua.
Los colores religiosos del odio adornan el rito. Se pasea sonámbula. Atraída por los cuerpos al calor del maíz. Dulce jirafa de incienso. Predice las cuerdas del piano en sus caderas. Mis manos. La atraen mis manos alteradas sobre el nido de sus pezones. Oye en las aureolas del espejo el abismo del azúcar. Volátil. En el centro de mis preguntas. ¿Cómo besar el fuego? Somnolienta acuarela: Sueñas que es tu piel atormentada por centauros. Por eso nunca te quitas el vestido. Y así te llevo. Delicadamente. Como se acompaña un susto. Baronesa del triángulo. Vuelve al jardín de las flores encantadas. Y muérdeme ahí, secreta caníbal. Mauricio Escribano Imagen Katia Chausheva
Recuerdo el sol en tu vestido porque ibas de blanco a mi lado muy siempre casi nube. Y tus ojos como dos recién nacidos hacían de la luz una fiesta de tersuras calladas y tenues. Yo con orgullo te abría las calles repletas de tilos cruzando del brazo veredas en sepia que te conocían. De allá. De la ausencia que exhalan los libros después de leerlos y las chimeneas que tiene la luna. Mauricio Escribano
Se abre cerca de la noche como si en la noche se abrieran mis heridas. Así justo a las doce tu boca se sube a la cama y me devora. Lo hace mientras miro el techo y pienso que antes el encierro era otra cosa. Un círculo trazado con tus lápices donde el amor daba la hora. Mauricio Escribano
Ya no hay más sitio en el fuego, nada disipa sus alas. Desde el fondo eres mía. Donde un ardor de mil luces incendia tu ombligo. También tus coxis. La nuca contorsionista. Tu lengua que gira despacio en la música quemada. Porque otro reino contiguo al silencio se alumbra dentro de nosotros. Y no hay manera. Le sale sangre a este fuego. Ya el ángel mío se adueña de tus rincones. Mauricio Escribano
Anda mi piel dando un grito que quema y esta lengua olvidada en una silla con la boca lloviéndole encima. Y pensar que ardieron estos labios hoy subidos a los techos. Si es que supe preguntar mis preguntas ya no alcanzan. Con estos guantes de alambre ahora escarbo los espejos en busca de tu rostro. Esta noche pudo ser pequeña y no lo ha sido. Tengo un charco de mujer bajo la cama. Mauricio Escribano
Nos fuimos de pronto. Y no han vuelto del salto mortal sino luces en ruinas. Solo queda un fuego. Una extraña primavera. Y este trapo encendido en mi boca. Mauricio Escribano Imagen Katia Chausheva
Ya lo saben las aves del puerto al dar vueltas al barco. Porque galopé mares detrás de un delirio y a la inmensidad la hallé anclada en tu cuerpo. Era un caballo mío perdido en tu sangre. Haciéndote el mar en las venas. Mauricio Escribano
Léeme de nuevo, despacio, de punta a punta. Que cada palabra desprenda un botón de tu blusa. Léeme al revés, sepárate en silabas, y aprende mi lengua con toda tu boca.
Me lo has dado a decir el silencio eso digo y otra vez torna el mar en andén sus orillas desiertas y es un tren el amor que se va con las olas. Mauricio Escribano
En el desespero del beso antes de ese engrudo de labios abiertos. Si alzaba los ojos si me veía esperándola una pequeña colina declinaba adelante. Entonces ella bajaba corriendo en sus viejos zapatos que eran como escuelas de danzas febriles. Y en ese momento la luna desierta de flores hubiera querido rodar a mi boca. Mauricio Escribano
Es una puerta sufrida la que aún derrota mis manos. Una puerta y su más allá irremediable. Un orden de criaturas inmóviles donde una lámpara triste le aplica luz a mi sangre. No había nadie esperándome. Allí me he dormido borracho sin que nadie responda al silencio (como un discreto borracho) supervisando en la puerta su antiguo abrirse en tus manos. Mauricio Escribano
Esa mujer que se esconde en su pelo y en las calles desnuda las puertas cerradas de golpe hoy ha robado y no sintió miedo. Sabe que comienza a lo lejos que está perdida y es la luz de una estrella fantasma muerta hace tiempo. Observa que yo la he notado (no diré nada) son mis ganas mudas de cocinarle esperanzas aunque me coma los ojos. Como un acróbata que cae de la cuerda un hambre carísimo saltó de su sangre.
Ahora sé que llegó desde el cielo ella es la piedra rota en innumerables pedazos. Mauricio Escribano
Esos hombres venían a buscarte. Traían sus arqueros, calculaban la distancia a los galpones, hablaban audazmente de tus piernas. Repetían sus canciones, le cantaban a tu bosque trémulo. Iban sudando, cazando de soslayo a metros de tu coxis. No les dije nada, ni una palabra. Los dejé que se acercaran creyendo adivinarte. Y los fui matando uno por uno, cuando la luz era tremenda. Y andaba solo, caminando a contraviento. Después sin avisarme, fuiste mía, y de mi sombra. Enguantada de líquenes tristes quisiste mi boca. Mis manos creyentes. Y todo lo mío fue tuyo. La voz del caballo, mis mapas, mis caminos invisibles. Cada refugio de toda sospecha, cada póquer de ases, la soledad que se desanda. Y hoy es cuando nieva y la nieve ha cubierto todo daño, todo suburbio, y nuevamente te menciono turbulenta. Escoltada por los duendes, oyendo el humus fértil de las hojas. Buscando en mi silencio, acaso al hombre que te alcance para un siglo. Se acabó lo clandestino. Tu modus operandi. Ya es tiempo de legumbres y de liebres. Esta noche haremos fuego por encima de los ojos. Y seguiré escribiendo este sueño amotinado. La piel gramatical dispuesta a mi demencia. Todo el cuerpo yo te escribo en catedrales donde el sol astilla uvas y naufragios. Mi beso azul con tinta roja. Ahí donde siempre nos rendimos, donde el pájaro de nube musical nos inculca su neblina. Yo te seguiré escribiendo. Aunque otra vez se duerman en mis labios, ese abrigo de lana que te encanta y mi botella de brandy.
Todo será cuenco y no habrá tierra firme. Patas pa' arriba caminaré por el cielo mientras goteen tus párpados. Voy a beberme la lluvia. Toda la procesión del agua bailando en mi lengua y el espejo del sol sujeto a la punta de un palo. A los tumbos, dando brazadas, haciendo piruetas en el rombo del alma. Aunque me cueste la vida y me lluevas de negro, voy a beber de tu mano. Mauricio Escribano Imagen Aëla Labbé