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Recuerdo el sol en tu vestido
porque ibas de blanco a mi lado
muy siempre casi nube.
Y tus ojos como dos recién nacidos
hacían de la luz una fiesta de tersuras
calladas y tenues. Yo con orgullo
te abría las calles repletas de tilos
cruzando del brazo veredas en sepia
que te conocían. De allá. De la ausencia
que exhalan los libros después de leerlos
y las chimeneas que tiene la luna.
Mauricio Escribano
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