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Azul de aguamarina

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Ella camina a través de barras azules,
localidades, direcciones, “señoras y señores”,
equis en celdas borrosas, números rojos,
presupuestos, muchas gracias, y otros
elementos disconformes que hacen de la vida
un total de imbecilidades. Todo eso más
una mirada y una boca de niebla capaz
de morder un hermoso cadáver, una boca
y una mirada tan grande como una casona inglesa
abandonada a los pájaros, que urden en ella
una calle de árboles cuyas copas se juntan
hasta el infinito. Ni decir que a mí se me
rompe el vidrio de los ojos, que el corazón
se me llena de monstruos de peluche y en
mi rostro crecen glicinas y se posan abejorros.
La sigo hasta el mar con un gran sombrero
mexicano para que se dé vuelta y sepa que ella
es mi happy hour. Voy detrás de su melena,
mirándole el culo y las piernas que al tocar
las olas se colmarán de escamas, y no dejaré
de mirarla hasta que me salude, con su enorme
aleta de tornasoles.


Mauricio Escribano

Imagen Monica Bellucci


















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