Llegó el verano, este inmóvil verano
que brilla en el espanto de las frutas.
Y tú sigues dibujando larguísimas sombras
que van hasta la noche.
De pie, entre cajas de embalaje,
bolsos repletos de nosotros, y hojas negras
caídas donde el viento cerró los postigos
de esta casa.
A un costado está tu boca, con un miedo
gigantesco, una tacita colmada
de esqueléticos pájaros.
Murmullos que yo escucho agarrado
a la caparazón del vino. Cuando guardo
tu memoria en el estuche inmarchitable
de una lágrima.
Fuiste demasiada felicidad, para concebir
la disciplina de no verte en espejos simultáneos,
y acariciarte con manos ya muy viejas.
Sola de mí. Como la muerte que llevo
en los zapatos.
Mauricio Escribano
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