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Teatro de sombras

                                                                                         .
Son tres la única flecha que dispara el dhalang.
Es la misma la que se hunde en el hombre,
la que no da en el blanco, la que vuela
sobre él después de atravesarlo.

Leopoldo Castilla 

                                                                                 ***

En una isla de Indonesia


En rojo sobre una pared blanca se lee “Bhinneka Tunggal Ika”,
(Unidad en la diversidad). Ése es el lema de Indonesia, y por
razones muy distintas también lo es para Sunya, el dhalang,
el titiritero del Gran Teatro de Títeres y Sombras. A los trece
años comenzó como aprendiz, y habiendo excedido a su maestro
en los más altos grados de formación espiritual, se murmura
que tiene el poder de transformar a sus wayangs en títeres
humanos. 

Sunya se hundía en un vasto silencio, que nadie se atrevía 
a indagar. El dhalang detrás del wayang era un misterio.
Esa noche calurosa en las islas orientales, luego de haber
meditado en el estanque, desnudo y con el agua hasta el 
cuello, se sentía lleno de energía. Una vez más, sin público, 
Sunya disparaba su triple sombra en el espacio.


Madrid, España


Por la ciudad de las luces ronda Pedro Serrano, haciéndose
pasar por estudiante. Aún vive del dinero que le envían sus padres
desde Valencia, a quienes también engaña haciéndoles creer que
estudia letras en la Universidad Complutense. Es cierto que tiene
carnet de estudiante, pero solo concurre al buffet de la universidad,
o se muestra por los pabellones dándose aires de poeta. Su letra
ilegible, hizo que aprendiera a recitar de memoria sus poemas eróticos,
ganándose la atención de un harem de muchachas ingenuas, llegadas
de otras provincias. Tan inútil como seductor, Pedro aprovecha
cada noche para llevar una joven distinta hasta su cuarto de la calle
Puerta de Hierro. Moreno, alto, de rasgos finos pero inescrupulosos,
obtiene el fervor de las mujeres por su fastuosa elocuencia, que
provoca un estado de hipnosis en las mentes débiles o vanidosas.
Y en su libreta negra, anota (meticulosamente) los nombres
y los teléfonos de esas hembras sensibles, que merecieron el ardor
del poeta.

El 23 de septiembre, Pedro comenzó a comportarse de un modo extraño,
se nota en él cierta perplejidad, habla de un hombre extranjero con el que 
se comunica sin palabras. Está seguro que volverá a encontrarlo pronto. 
Desde entonces se lo ve mucho más encandilado. Ajeno a sus costumbres 
de siempre, camina por el parque de La Villa a paso lento, escribiendo poemas 
absurdos, que da en llamar abstractos. Así de obsesionado, cruzó sin mirar 
una de las calles del casco histórico intentando encender un cigarrillo, cuando 
lo atropelló un motociclista. Pero nada impidió que Pedro retorne a sus 
pomposas ideas, y con la pierna izquierda embutida en una bota ortopédica, 
se lo ve llegar al campus más encumbrado que nunca.


Lomas de Zamora, Argentina


En la estación de trenes de Lomas de Zamora, hay pocas personas,
esperando los últimos colectivos de la noche. Gente aún de pie, 
cansada, contando los minutos. Un olor rancio a fritura y alcohol flota
en el aire. El viento arremolina la mugre, levantando un torbellino
de polvo y papeles engrasados. Hace frío, la primavera y el invierno
aún disputan territorio. Es la hora en que Maruja aparece con sus
perros, todos los perros son suyos. Los perros sin dueño, los
vagabundos, la siguen como a una madre, como a una loba.

Ella camina gloriosa envuelta en ropa harapienta, los ojos brillantes,
la mirada inolvidable. Hoy soñó que usaba una máscara, y detrás
suyo una sombra sostenía sus manos con varillas. Se sabe hermosa,
tanto que la luna por envidia la maldijo. Dice que un demonio oriental
le cede sus poderes. Dice que el demonio la llevará con él muy lejos.



Mauricio Escribano

Imagen Addin Maghfur


















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