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Oficio religioso

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Tomé con mi boca todas tus medidas
cosí mis ojos a tu espalda
cosiste tu dolor a mi camisa.
Lengua de las flores
acaramelizabas amuletos.
Todo un menaje de espejos rotos.
Llevándote las manos a los senos
mordías tus reliquias.
Por eso he desnudado mis besos
y multiplicando mi boca
en tu cuerpo prediqué mi anarquía.
Nueve besos tardé justamente
hasta que sollozaste perfumada de vino.
He enamorado tus labios
besando en tu boca las cuatro estaciones.
Un largo pasillo donde estallan las luces
hasta el infinito. Haciendo el amor
menos previsible. Amor. Entrando en la zona.
Para que no haya una tumba en tu cuerpo
donde aniden vampiros. Ni un solo basilisco.
He aquí el tigre en un campo de liebres
que un lobo persigue.
Porque no hay herida más grande
que herir la inocencia. Y la heriste. Amor.
Porque la herida es profunda
y de noche se baña la luna en mi sangre
por eso no cura. Y sin embargo era ateo
antes de conocerte. Amor. Rosa de Alejandría.
Y ahora soy el fuego que a vos te desagua.
La noche en pecado. Los besos al filo
de la madrugada. La sombra del tigre
que abarca la esquina. El sueño recurrente
de saber que al besarte podría perder el control
y comerte de espaldas. Sin amortiguar la caída.

Y sin embargo mi amor, caería contigo.


Mauricio Escribano



. Imagen . Antonio Palmerini



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